Comentario
Lunes, 3 de diciembre
Por causa de que hacía siempre tiempo contrario no partía de aquel puerto, y acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de legua del puerto de la parte del Sueste. Fue con las barcas y alguna gente armada; al pie del cabo había una boca de un buen río, puesta la proa al Sueste para entrar, y tenía cien pasos de anchura; tenían una braza de fondo a la entrada o en la boca, pero dentro había doce brazas y cinco y cuatro y dos, y cabrían en él cuantos navíos hay en España. Dejando un brazo de aquel río fue al Sueste y halló una caleta, en que vido cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas, muy hermosas y labradas, que eran, diz que era placer vellas, y al pie del monte vido todo labrado. Estaban debajo de árboles muy espesos, y yendo por un camino que salía a ellas, fueron a dar a una atarazana muy bien ordenada y cubierta, que ni sol ni agua no les podía hacer daño, y debajo de ella había otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de diez [y] siete bancos, que era placer ver las labores que tenía y su hermosura. Subió una montaña arriba y después hallóla toda llana y sembrada de muchas cosas de la tierra y calabazas, que era gloria verla; y en medio de ella estaba una gran población; dio de súbito sobre la gente del pueblo, y como los vieron, hombres y mujeres dan de huir. Aseguróles el indio que llevaba consigo de los que traía, diciendo que no hubiesen miedo, que gente buena era. Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y contezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos. Visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa y que bastaba dejarlos seguros, y que toda la comarca era poblada y huidos los demás de miedo (y certifica el Almirante a los Reyes que diez hombres hagan huir a diez mil; tan cobardes y medrosos son, que ni traen armas, salvo unas varas y en el cabo de ellos un palillo agudo tostado), acordó volverse. Dice que las varas se las quitó todas con buena maña, rescatándoselas, de manera que todas las dieron. Tornados adonde habían dejado las barcas, envió ciertos cristianos al lugar por donde subieron, porque le había parecido que había visto un gran colmenar. Antes que viniesen los que había enviado, ayuntáronse muchos indios y vinieron a las barcas, donde ya se había el Almirante recogido con su gente toda. Uno de ellos se adelantó en el río junto con la popa de la barca e hizo una grande plática que el Almirante no entendía, salvo que los otros indios de cuando en cuando alzaban las manos al cielo y daban una grande voz. Pensaba el Almirante que lo aseguraban y que les placía de su venida, pero vido al indio que consigo traía demudarse la cara y amarillo como la cera, y temblaba mucho, diciendo por señas que el Almirante se fuese del río, que los querían matar, y llegóse a un cristiano que tenían una ballesta armada y mostrólá a los indios; y entendió el Almirante que les decía que los matarían todos, porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba. También tomó una espada y la sacó de la vaina, mostrándosela, diciendo lo mismo. Lo cual, oído por ellos, dieron todos a huir, quedando todavía temblando el dicho indio de cobardía y poco corazón, y era hombre de buena estatura y recio. No quiso el Almirante salir del río, antes hizo remar en tierra hacia donde ellos estaban, que eran muy muchos, todos teñidos de colorado y desnudos como sus madres les parió, y algunos de ellos con penachos en la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas. "Lleguéme a ellos y diles algunos bocados de pan y demandéles las azagayas, y dábales por ellas a unos un cascabelito, a otros una sortija de latón, a otros unas contezuelas, por manera que todos se apaciguaron y vinieron todos a las barcas y daban cuanto tenían por quequiera que les daban. Los marineros habían muerto una tortuga, y la cáscara estaba en la barca en pedazos, y los grumetes dábanles de ella como la uña, y los indios les daba un manojo de azagayas. Ellos son gente como los otros que he hallado --dice el Almirante--, y de la misma creencia, y creían que veníamos del Cielo, y de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir que es poco, y creo que así harían de especería y de oro si lo tuviesen. Vide una cosa hermosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella y vide una obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no lo sabría decir, y colgado al cielo de ella, caracoles y otras cosas. Yo pensé que era templo, y los llamé y dije por señas si hacían en ella oración; dijeron que no, y subió uno de ellos arriba, y me daba todo cuanto allí había, y de ello tomé algo".
Martes, 4 de diciembre
Hízose a la vela con poco viento y salió de aquel puerto que nombró Puerto Santo. A las dos leguas vido un buen río de que ayer habló. Fue de luengo de costa, y corríase toda la tierra, pasado el dicho cabo, Lesueste y Ouesnoroeste hasta el Cabo Lindo, que está al cabo del Monte al Leste cuarta del Sueste, y hay de uno a otro cinco leguas. Del Cabo del Monte a legua y media hay un gran río algo angosto. Pareció que tenía buena entrada y era muy hondo. Y de allí a tres cuartos de legua vido otro grandísimo río, y debe venir de muy lejos. En la boca tenían bien cien pasos y en ella ningún banco, y en la boca ocho brazas y buena entrada, porque lo envió a ver y sondar con la barca; y viene el agua dulce hasta dentro en la mar, y es de los caudalosos que había hallado y debe haber grandes poblaciones. Después del Cabo Lindo hay una grande bahía que sería buen pozo por Lesnordeste y Sueste y Sursudueste.
Miércoles, 5 de diciembre
Toda esta noche anduvo a la corda sobre el cabo Lindo, adonde anocheció, por ver la tierra que iba al Leste, y al salir del sol vido otro cabo al Leste, a dos leguas y media. Pasado aquel, vido que la costa volvía al Sur y tomaba Sudueste, y vido luego un cabo muy hermoso y alto a la dicha derrota, y distaba de este otro siete leguas. Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la isla de Baneque, que le quedaba, según decían los indios que llevaba, al Nordeste, lo dejó. Tampoco pudo ir al Baneque, porque el viento que llevaba era Nordeste. Yendo así, miró al Sueste y vido tierra y era una isla muy grande, de la cual ya tenía diz que información de los indios, a que llamaban ellos Bohio, poblada de gente. De esta gente dice que los de Cuba o Juana y de todas esotras islas tienen gran miedo, porque diz que comían los hombres. Otras cosas le contaban los dichos indios, por señas, muy maravillosas; mas el Almirante no diz que las creía, sino que debían tener más astucia y mejor ingenio que los de aquella isla Bohio para los cautivar que ellos, porque eran muy flacos de corazón. Así que porque el tiempo era Nordeste y tomaba del Norte, determinó de dejar a Cuba o Juana, que hasta entonces había tenido por tierra firme por su grandeza, porque bien habría andado en un paraje ciento y veinte leguas, y partió al Sueste cuarta del Leste. Puesto que la tierra que él había visto se hacía al Sueste, daba este resguardo, porque siempre el viento rodea del Norte para el Nordeste y de allí al Leste y Sueste. Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar llana y la corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una después de mediodía desde la mañana hacía de camino ocho millas por hora, y eran seis horas aún no cumplidas, porque dicen que allí eran las noches cerca de quince horas. Después anduvo diez millas por hora, y así andaría hasta el Poner del sol unas 88 millas, que son 22 leguas, todo al Sueste. Y porque se hacía de noche, mandó a la carabela Niña que se adelantase para ver con día el puerto, porque era velera; y llegando a la boca del puerto, que era como la bahía de Cádiz, y porque era ya de noche, envió a su barca que sondase el puerto, la cual llevó lumbre de candela; y antes que el Almirante llegase adonde la carabela estaba barloventeando y esperando que la barca le hiciese senas para entrar en el puerto, apagósele la lumbre a la barca. La carabela, como no vido lumbre; corrió de largo y hizo lumbre al Almirante, y, llegado a ella, contaron lo que había acaecido. Estando en esto, los de la barca hicieron otra lumbre: la carabela fue a ella, y el Almirante no pudo, y estuvo toda aquella noche barloventeando.
Jueves, 6 de diciembre
Cuando amaneció se halló cuatro leguas del puerto. Púsole nombre Puerto María, y vido un cabo hermoso y al Sur cuarta del Sudueste, al cual puso nombre Cabo de Estrella, y parecióle que era la postrera tierra de aquella isla hacia el Sur, y estaría el Almirante de él veintiocho millas. Parecióle otra tierra como isla no grande al Leste, y estaría de él cuarenta millas. Quedábale otro cabo muy hermoso y bien hecho, a quien puso nombre Cabo del Elefante, al Leste cuarta del Sueste, y distaba ya 54 millas. Quedábale otro cabo al Lessueste, al que puso nombre el Cabo de Cinquin; estaría de él veintiocho millas. Quedábale una gran escisura o abertura o abra a la mar, que le pareció ser río, al Sueste, y tomaba de la cuarta del Leste, habría de él a la abra veinte millas. Parecióle que entre el Cabo del Elefante del de Cinquin habría una grandísima entrada, y algunos de los marineros decían que eran apartamiento de la isla; a aquella puso por nombre la isla de la Tortuga. Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdoba. Viéronse muchos fuegos aquella noche, y de día muchos humos como atalayas, que parecía estar sobre aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra. Toda la costa de esta tierra va al Leste. A horas de vísperas entró en el puerto dicho, y púsole nombre Puerto de San Nicolás, porque era día de San Nicolás, por honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su hermosura y bondad. Y aunque tiene mucho alabados los puertos de Cuba, pero sin duda dice él que no es menos éste, antes los sobrepuja y ninguno le es semejante. En boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa al Sursueste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa adonde quisieren. Va de esta manera al Surueste dos leguas, y a la entrada de él, por la parte del Sur, se hace como un angla, y de allí se sigue así igual hasta el cabo, adonde está una playa muy hermosa y un campo de árboles de mil maneras y todos cargados de frutas, que creía el Almirante ser de especerías y nueces moscadas, sino que no estaban maduras y no se conocían, y un río en medio de la playa. El hondo de este puerto es maravilloso, que hasta llegar a la tierra es longura de una [nao] no llegó la sondaresca o plomada al fondo con cuarenta brazas, y hay hasta esta longura el hondo de quince brazas y muy limpio; y así es todo el dicho puerto de cada cabo, hondo dentro una pasada de tierra de 15 brazas, y limpio; y de esta manera es toda la costa, muy hondable y limpia, que no parece una sola baja, y al pie de ella, tanto como longura de un remo de barca de tierra, tiene cinco brazas, y después de la longura del dicho puerto, yendo al Sursueste, en la cual longura pueden barloventear mil carracas; bojó un brazo del puerto al Nordeste por la tierra dentro una grande media legua, y siempre en una misma anchura, como que lo hicieran por un cordel; el cual queda de manera que estando en aquel brazo, que será de anchura de veinticinco pasos, no se puede ver la boca en la entrada grande, de manera que queda puerto cerrado, y el fondo de este brazo es así en el comienzo hasta el fin de once brazas, y todo basa o arena limpia, y hasta tierra y poner los bordos en las hierbas tiene ocho brazas. Es todo el puerto muy airoso y desabahado de árboles, raso. Toda esta isla le pareció de más peñas que ninguna otra que haya hallado. Los árboles más pequeños, y muchos de ellos de la naturaleza de España, como carrascos y madroños y otros, y lo mismo de las hierbas. Es tierra muy alta, y toda campiña o rasa y de muy buenos aires, y no se ha visto tanto frío como allí, aunque no es de contar por frío, mas díjolo al respecto de las otras tierras. Hacia enfrente de aquel puerto una hermosa vega y en medio de ella el río susodicho; y en aquella comarca, dice, debe haber grandes poblaciones, según se veían las almadías con que navegan, tantas y tan grandes, de ellas como una fusta de quince bancos. Todos los indios huyeron y huían como veían los navíos. Los que consigo de las isletas traía tenían tanta gana de ir a su tierra que pensaba, dice el Almirante, que, después que se partiese de allí, los tenía de llevar a sus casas, y que ya lo tenían por sospechoso, porque no lleva el camino de su casa, por lo cual dice que ni les creía lo que le decían, ni los entendía bien, ni ellos a él, y diz que habían el mayor miedo del mundo de la gente de aquella isla, así que, por querer haber lengua con la gente de aquella isla, le fuera necesario detenerse algunos días en aquel puerto, pero no lo hacía por ver mucha tierra, y por dudar que el tiempo el duraría. Esperaba en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua y él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente, y placerá a Su Magestad, dice él, que hallará algún buen rescate de oro antes que vuelva.
Viernes, 7 de diciembre
Al rendir del cuarto del alba, dio las velas y salió de aquel puerto de San Nicolás y navegó con el viento Sudueste al Nordeste dos leguas hasta un cabo que hace el Cheranero, y quedábale al Sueste un angla y el Cabo de la Estrella al Sudueste, y distaba del Almirante veinticuatro millas. De allí navegó al Leste, luengo de costa hasta el Cabo Cinquin, que sería 48 millas; verdad es que las veinte fueron del Leste cuarta del Nordeste. Y aquella costa es tierra toda muy alta y muy grande fondo; hasta dar en tierra es de veinte y treinta brazas, y fuera tanto como un tiro de lombarda no se halla fondo, lo cual todo lo probó el Almirante aquel día por la costa, mucho a su placer con el viento Sudueste. El angla que arriba dijo llega diz que al Puerto de San Nicolás tanto como tiro de una lombarda, que si aquel espacio no se atajase o cortase quedaría hecha isla, lo demás bojaría en el cerco treinta y cuatro millas. Toda aquella tierra era muy alta y no de árboles grandes, sino como carrascas y madroños, propia, diz, que tierra de Castilla. Antes que llegase al dicho Cabo Cinquin con dos leguas, halló un agrezuela como la abertura de una montaña, por la cual descubrió un valle grandísimo, y vídolo todo sembrado como cebadas, y sintió que debía de haber en aquel valle grandes poblaciones, y a las espaldas de él había grandes montañas y muy altas. Y cuando llegó al Cabo Cinquín, le demoraba el cabo de la isla Tortuga al Nordeste, y habría treinta y dos millas; y sobre este Cabo Cinquin, a tiro de una lombarda, está una peña en la mar que sale en alto que se puede ver bien. Y estando el Almirante sobre el dicho Cabo, le demoraba el Cabo del Elefante al Leste, cuarta del Sueste, y habría hasta él setenta millas, y toda tierra muy alta. Y a cabo de seis leguas, halló una grande angla, y vido por la tierra dentro muy grandes valles y campiñas y montañas altísimas, todo a semejanza de Castilla. Y dende a ocho millas halló un río muy hondo, sino que era angosto, aunque bien pudiera entrar en él una carraca, y la boca toda limpia, sin banco ni bajas. Y dende a diez y seis millas, halló un puerto muy ancho y muy hondo, hasta no hallar fondo en la entrada ni a las bordas a tres pasos, salvo quince brazas, y va dentro un cuarto de legua. Y puesto que fuese aún muy temprano, como la una después del medio día, y el viento era a popa y recio, pero porque el cielo mostraba querer llover mucho y había gran cerrazón, que es peligrosa aún para la tierra que se sabe, cuanto más en la que no se sabe, acordó de entrar en el puerto, al cual llamó Puerto de la Concepción. Y salió a tierra en un río no muy grande que está al cabo del puerto, que viene por unas vegas y campiñas que era una maravilla ver su hermosura. Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto pez que pareciese a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron otras, y lenguados y otros peces como los de Castilla. Anduvo un poco por aquella tierra, que es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla. Vieron cinco hombres, mas no les quisieron aguardar, sino huir. Halló arrayán y otros árboles y hierbas como los de Castilla, y así es la tierra y las montañas.
Sábado, 8 de diciembre
Allí en aquel puerto les llovió mucho con viento Norte muy recio. El puerto es seguro de todos los vientos excepto Norte, puesto que no le puede hacer daño alguno, porque la resaca, es grande que no da lugar a que la nao labore sobre las amarras ni el agua del río. Después de media noche se tornó el viento al Nordeste y después al Leste, de los cuales vientos es aquel puerto bien abrigado por la isla de la Tortuga, que está frontera a treinte y seis millas.
Domingo, 9 de diciembre
Este día llovió e hizo tiempo de invierno como en Castilla por octubre. No había visto población, sino una casa muy hermosa en el puerto de San Nicolás, y mejor hecha que en otras partes de las que había visto. La isla es muy grande, y dice el Almirante no será mucho que boje doscientas leguas. Ha visto que es toda muy labrada; creerá que debían ser las poblaciones lejos de la mar, de donde ven cuándo llegaba, y así huían todos y llevaban consigo todo lo que tenían y hacían ahumadas como gente de guerra. Este puerto tiene en la boca mil pasos, que es un cuarto de legua; en ella ni hay banco ni baja, antes no se halla cuasi fondo hasta en tierra a la orilla del mar, y hacia dentro en luengo, va de tres mil pasos todo limpio y base que cualquiera nao puede surgir en él sin miedo y entrar sin resguardo; al cabo de él tiene dos bocas de ríos que traen poca agua; enfrente de él hay unas vegas las más hermosas del mundo y cuasi semejables a las tierras de Castilla, antes éstas tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha isla la Isla Española.